martes, 17 de agosto de 2010

Crítica por Juan Manuel López Baio (de Geoteatral)

Tríptico - Crítica
Tres son multitud. Crítica de Juan Manuel López Baio de la obra de Nicolás Barsoff y Francisco Grassi, con las actuaciones de Andrés Irusta, Joaquín Wang y Yannick Du Plessis.

En el interior de un búnker derruido, un hombre, en el piso, se abraza a la única pierna de su compañero, postrado en silla de ruedas y cuyo rostro se oculta detrás de un voluminoso y hermético escrito. El espacio es ínfimo, sofocante, y lo invade un abigarrado cúmulo de libros, muebles y antiguos cachivaches que rodean a los dos hombres, amenazando desplomarse en cualquier momento sobre ellos, enterrándolos definitivamente. Por qué están allí no lo sabemos. Por qué el hombre del piso (Sam) lava el pie solitario del tullido (el Coronel) acariciándolo y besándolo como si se tratara de un viejo peluche de la infancia, mucho menos. Pero el efecto es inmediato: la máquina teatral se ha puesto decididamente en marcha y una poderosa ficción irrumpe, desde quién sabe qué universo paralelo, en ese rinconcito del Sportivo, dispuesta a reivindicar su plena materialidad.

A poco de comenzar y luego de un ominoso recuerdo relatado por Sam (acerca del día en que “Al cielo azul lo taparon las naves negras”), el Coronel da cuerda y pone en marcha un relojito cuyo tic-tac (que continuará durante el transcurso de la obra, tenue y constante) marca el tempo de una creciente tensión. Sam y el Coronel, refugiándose en ese reducto de una inacabable guerra que ocurre en el exterior, se demoran en sus distracciones cotidianas: una colección de estampillas, una caja de música, trofeos, discos, y en este quehacer y en el vínculo que entre ellos se teje cobra nitidez el perfil de estos personajes: el Coronel, un viejo militar de mirada torva, ademanes lentos y deliberados (propios del alto rango), y voz resonante y algo gangosa, como marcada por cicatrices; desde la silla, el Coronel impone su dominio sobre Sam, por lo visto un ex-soldado de su compañía, devenido sirviente algo neurasténico, servicial y fiel como un perro, siempre soñando con el mar y la playa afuera, aunque el Coronel insista que afuera no importa, que afuera no hay nada.

La armonía subterránea de esta pareja se rompe con la llegada de Simón, un sujeto temeroso, hipersensible, un manojo de nervios saltarines que viene (en reemplazo de un tal señor Chip) a traer víveres y con el firme propósito de realizarle una entrevista al Coronel sobre sus antiguas glorias; su cándida curiosidad pondrá en peligro el frágil equilibrio del búnker, removiendo el tufo de agrios secretos.

Esta irrupción del afuera desencadena una serie de situaciones que, más allá de esbozar los trazos de un incierto pasado, construyen un presente fascinante: por un lado, el trabajo de los actores es admirable, componen con riqueza y precisión tres personajes que nos refieren a territorios lejanos pero reconocibles, y los sostienen con ductilidad, habitando el espacio, poetizando cada momento, cada acción. Por otro lado, el encadenamiento de las situaciones nos conduce hábilmente desde momentos casi extáticos, donde la escena es un cuadro de movimientos mínimos y carga explosiva (como la hora del té, o la magistral mano de “balero”), hasta desbordes caóticos de energía y acción, pasando por todas las transiciones.

Una sugestiva intriga y el sólido trabajo del grupo nosobra Teatral nos abre las puertas a este mundo sepia lleno de fantasmas y peligros. Para los amantes de las buenas historias, una invitación que conviene aprovechar.

Juan Manuel López Baio

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