domingo, 18 de julio de 2010

Crítica: La verdad colándose entre las grietas por Mónica Berman


El espacio juega a ser pequeño, no sólo por sus dimensiones sino por dos decisiones centrales: el modo en que se ubica a los espectadores, que convierte la escena en un rincón y por el modo de atiborrar de objetos este universo, que es lo primero que se ve. El espacio deviene significante de manera inmediata, algo muy particular se lee en esta construcción: un viejo tocadiscos que funciona, una mesa precaria con un orden-caos bastante especial, objetos que denotarían lujo si no fuera por su condición decadente, estampillas y lupa, libros de tapa dura (con título en alemán al alcance de los espectadores), discos, la pipa; en fin, la propia vestimenta del coronel con sus medallas... Y sin embargo, alcanza con observar una de las paredes, gris, de extraña superficie para comprender que la reconstrucción no es realista, y que es contradictorio el interés por los libros y los discos y su tratamiento en la puesta (tirarlos, dejarlos caer, pisarlos con los pies o con la silla de ruedas, acomodarlos, sin piedad, en un rincón). Y es esta línea, la que se propone y sigue al pie de la letra toda la puesta en escena, una remisión lúdica a lo que es y lo que no es, lo que parece pero en realidad es de otro orden. Al principio los espectadores caemos en la confusión, en el engaño del coronel: están a salvo de la guerra que está afuera, este universo en miniatura es abrigo y salvación, la vida aquí es precaria pero está protegida. Luego se comprenderá que esto no es cierto. Que afuera no hay guerra, que el coronel, encerrado en el espacio y en la ficción de un tiempo ya pasado, necesita un servidor-soldado para sobrevivir, alguien a quien mandar, que le devuelva la imagen que precisa de sí. La irrupción de un tercero que, paradójicamente, tiene la tarea de inscribir definitivamente al coronel en la Historia, quebrará el equilibrio precario y desatará los nudos que sostenían la ficción casi inocua (salvo, tal vez, para Sam). Una vez que la verdad se cuela entre las grietas, todo se desestabiliza y hay que intentar mantenerlo a costa de lo que sea. Se cuenta una interesante historia, las actuaciones son increíbles, hay una dramaturgia sólida, capaz de sostenerse sin problemas; por otra parte, conmueven, divierten, son inteligentes en los modos de mostrar, la iluminación juega un papel central en este sentido. Es la primera obra que dirige Nicolás Barsoff, y los actores son todos muy jóvenes. Pero no son futuras promesas, Son en el presente. La ciudad de Buenos Aires necesita más experiencias como ésta.